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En defensa del Olivar de Chamartín

EL MANUSCRITO DE VIVAR DE MIO CID

 

1. EL MANUSCRITO DE VIVAR Y LA GESTA.

1.1. Gracias a la devoción local de los habitantes del pueblecito burgalés de Vivar a su famoso coterráneo Rodrigo Díaz (como acertadamente nota Geary 1983-84, pág. 185) se ha conservado hasta tiempos modernos el único manuscrito en forma poética casi completo que hoy conocemos de la épica medieval española, y no porque un público de lectores medievales de literatura determinara que sólo el Mio Cid y no los restantes poemas tenía valor literario (como especula Smith, 1977b). Sin duda, el hecho es puramente casual, aunque el haber sido el Cid el héroe nacional hispano por excelencia no deje de haber influido indirectamente en ello.
El manuscrito de Vivar lleva un explicit que (antes de ser adicionado por otra mano del s. XIV con una fórmula juglaresca con propósitos recaudatorios1) decía

“Quien escrivió este libro dél’ Dios para´yso amén/
Per Abbat le escrivió en el mes de mayo / en era de
mill e .C.C. ( ) xLv. años”

La fórmula empleada hace imposible considerar estas palabras una firma de autor; se trata de un típico explicit de amanuense (según, una vez más, ha demostrado Schaffer, 1988-89 en un estudio exhaustivo de la cuestión)2. Sin embargo, el año consignado en el explicit, equivalente al 1207 de Cristo, no corresponde al tiempo de la letra del manuscrito, que es del s. XIV3. Si no aceptamos el supuesto de que en la trasmisión de la fecha hubo alguien que eliminó una C (debido a que en el espacio blanco que hemos señalado entre paréntesis no hay huellas de ella)4, la explicación más sencilla sería (Horrent, 1964b, págs. 275-282; 1973, págs. 197-207) la de que el último amanuense del s. XIV hubiera copiado la subscripción de un proto-texto escrito en 1207 y hubiera dudado al trascribir la fecha, por estar acostumbrado a fechas con tres CCC. La fecha de mayo de 1207 sería así el terminus ad quem, ya que no la de composición del Mio Cid (Montaner, 1993, pág. 688). Siendo el nombre de “Per Abbat” muy común (Menéndez Pidal, 1908-1911, reprod. 1944-1946, I, págs. 17-18 y n. 3), no podemos utilizarlo (Michael, 1991) para localizar, no ya la composición del poema5,sino ni siquiera su “escritura” en pergamino (tanto si fue el copista del supuesto manuscrito de 1207, lo cual es bastante probable, o si le asignamos la tarea de copia del manuscrito conservado, como pensó Menéndez Pidal).

1.2. Este manuscrito de Vivar del s. XIV no es un lujoso códice “de biblioteca”; pero no por ello resulta identificable6 con un “manuscrito de juglar” (como lo clasifican Riquer, 1959b, pág. 77 y Duggan, 1982, pág. 39); más bien parece haber sido escrito por encargo del propio concejo que lo conservó desde el s. XIV hasta el s. XIX 7. Frente a lo que inicialmente sospechaba Lord (1960, pág. 127) y trataron de desarrollar algunos epígonos del (o conversos al) “oralismo” (Harvey, 1963; Deyermond,1965; Aguirre, 1968), los principales defectos que presenta el texto del manuscrito conservado, en tanto representante de la obra poética, no proceden de errores del dictado de un juglar a un escriba, sino de la tradición escrita, de la trasmisión de copia a copia, como reconoció más tarde Deyermond (1969, págs. 199), hablando de una doble causa para los errores8, y reafirma Vàrvaro (1969, n. 28), con base en lo puesto en evidencia por Menéndez Pidal (1908-1911, I, pág. 28-33). Ello es lógico, dado lo tardío del códice conservado. Sólo admitiendo la existencia de un texto escrito en fecha bastante más antigua que el manuscrito de Vivar (o de una serie de textos) puede explicarse la mixtura evidente que en él se observa de rasgos lingüísticos heredados y de rasgos lingüísticos superpuestos9.
Según ocurre con cualquier texto llegado a nosotros en una copia, el Mio Cid del manuscrito de Vivar no es un documento fiable en cuanto ejemplo de la lengua del tiempo en que se compuso el poema: sólo lo que en él resalta por “arcaico” es atribuible al estado original del texto, pues cualquier “novedad” puede, en principio, considerarse debida al proceso de trasmisión de copia a copia; de ahí la inutilidad de los argumentos de base lingüística fundados en la observación del manuscrito del s. XIV para sustentar una datación de la composición del poema “posterior a” determinada fecha10. También es, por otra parte, tarea imposible (dada la limitadísima ayuda que proporciona la prosodia11 intentar la reconstrucción del texto primigenio en lo referente a su lengua. A través de la crítica interna sólo cabe hacer contadas observaciones, las cuales, eso sí, bastan para poder afirmar que el Mio Cid, al pasar de copia en copia, fue despojado de algunos importantes rasgos lingüísticos. Es altamente probable (Menéndez Pidal, 1944-1946, pág. 1197; Lapesa, 1985, pág. 31) que en el prototipo mismo tenido ante sí por el copista de Vivar, allí donde él escribió lorar, legar, leña, lamar, corneia, oios, mugier, fiias, ynoios, etc., constara *plorar, *plegar, *plena, *clamar, *cornella, *ollos, *muller, *fillas, *inollos, etc. o sus equivalentes *corneyla, *oylos, *muyler, etc., en vista de la existencia en el manuscrito conservado de la grafía plorando, en el v. 18, y de las ultracorrecciones Guiera (vv. 1160, 1165, 1727) y Casteion (v. 1329) por “Cullera” y “Castellón”, topónimos levantinos; también en el prototipo se emplearían muy posiblemente las grafías i o g para escribir lo que él transcribió con una ch: *eiados, *conduio, *nog, etc., dada la pervivencia de esa grafía arcaica con indistinción de las africadas sordas y sonoras en el antropónimo de origen vasco Oiarra, “Ocharra” (vv. 3394, 3417, 3422). En los finales de verso, el prototipo no sólo diría Trinidade (v. 2370), alaudare (v. 335), sino también Bivare, altare, male, vane, perderade o perderave, Carrione, Campeadore, sone, entrode o entrove, naçiode o naçiove, etc. puesto que en él se da la equivalencia asonántica á = á.e, ó = ó.e, í = í.e y se produce la lección errónea entrava en una serie en ó.e, y puesto que otros poemas épicos y romances viejos escriben las -e, -de y -ve “paragógicas”12. Otras características de la lengua empleada en el Mio Cid que la copia oculta (y no sabemos si ocultaba o no el antígrafo) son la no diptongación en ue de la o˘ latina (font o fuont, mort o muort, alon o aluon, poden o puoden, Osca o Uosca, dolo o duolo etc.); el empleo de *fo o *fuo, no fue (v. 2075...); los patronímicos *Vermudóz o *Vermuóz y no Vermúez (vv. 1894, 1907, 1919, 1991, etc.), *Simenones o *(E)ximenones y no Siménez (vv. 3394, 3417, 3422) y *Assuórez o Assórez y no Assúrez (v. 3008). A través de estos rasgos reconstruidos y de los que, procedentes del prototipo, sobreviven en la copia, se ha intentado situar lingüísticamente el texto original en la geografía peninsular. Aunque la mayor parte de aquellos rasgos que algunos críticos (Ubieto, 1957 y 1973; Pellen, 1976b) tildaron de no castellanos tienen títulos suficientes para ser considerados propios del “castellano” utilizado en la Extremadura castellana y la Transierra (según muestra la réplica contundente de Lapesa, 1980, reed. 1985, págs. 11-31; también Menéndez Pidal, 1960, recog. 1963a), creo que, si poseyéramos el antígrafo del que se sacó la copia de Vivar, la lengua del Mio Cid nos sorprendería por su lejanía respecto a los patrones burgaleses del castellano, toda vez que, a lo que parece, ese prototipo conservaba con bastante fidelidad los rasgos lingüísticos de un arquetipo “extremadano”, cuya existencia más adelante defenderé. Aunque las “reliquias” de las características lingüísticas originales transmitidas de copia en copia hasta el manuscrito de Vivar y las restauraciones sugeridas por la prosodia y por las ultracorrecciones no bastan para formarnos una imagen clara ni siquiera de la lengua del antígrafo en que se basa la copia del s. XIV conservada, el estudio de la lengua de esta copia nos asegura, al menos, que el poema tuvo ya forma escrita en un tiempo en que el romance mantenía rasgos más arcaicos que los conservados en los primeros grandes poemas de clerecía de entre 1230 y 1260 (Menéndez Pidal, 1944-46, págs. 1116-1167). El empleo de -óz en el patronímico de Vermudo (que según muestra Lapesa, 1985, págs. 22-24, “pudo existir hasta mediado el siglo XII, difícilmente después”) es fácil que perviviera en la gesta por vía oral (dado su frecuente empleo en la asonancia) y lo mismo ocurre con los usos sintácticos en que el poema se muestra más arcaizante que Berceo; pero el modelo de apócope presente en la copia de Vivar, inusitado en la lengua del s. XIV, no es de creer que llegara a ella por ese camino, sino como herencia del prototipo escrito; y, dentro de ese modelo, sólo por fidelidad al que servía de modelo se explica el mantenimiento de formas como toveldo ‘tove-t(e)-lo’ y nimbla ‘ni-m(e)-la’ (Menéndez Pidal, 1908-1911, reprod. 1944-1946, I, págs. 32-33), que, junto a la grafía -i- por [cˇ] en Oiarra, arriba citada, hacen muy probable la existencia del texto escrito de 1207 que hemos supuesto.

1.3. La imposibilidad de recobrar el texto del poema en su lengua original13 no supone que toda reconstrucción crítica textual deba abandonarse. Aunque sin esperanza de remontar al estado primigenio de la obra, podemos y debemos depurar críticamente el texto conservado en la copia de Vivar, tratando, al menos, de acercarnos a su prototipo (¿la copia previa de 1207?)14. En esa labor no debe nunca olvidarse que el manuscrito de Vivar no es el único testimonio ni el más antiguo que poseemos respecto al poema de Mio Cid. Anterior a él es, indudablemente (frente a las dudas expresadas por Horrent, 1973, pág. 209 y n. 45, quien desconoce los avances realizados en la historia de la historiografía), la prosificación incorporada a la Estoria de España de Alfonso X de c. 1270 y a su refundición crítica de 1282-1284. La tarea crítica de colacionar el texto de Vivar con la tradición historiográfica fue realizada, en su día, por Menéndez Pidal (1898a y 1908-1911), creyendo que en el “Cantar del Destierro” el texto de la Versión amplificada de 1289 derivaba de una Refundición del Mio Cid (y no del mismo Mio Cid que la Versión crítica). Es cierto que, en algunos casos, consideró variantes épicas lo que un mejor conocimiento de la historiografía permite reclasificar como adaptaciones del relato al nuevo género (Catalán, 1963a ó 1992a, cap. IV, § 3 y n. 114); pero la validez y necesidad filológica de la labor ha sido convincentemente defendida por la crítica textual reciente (véase Armistead, 1989; Catalán, 1963a ó 1992a, cap. IV, n. 112; en términos generales ha sido planteada también la cuestión por Dyer, 1979-80 y 1989 y aceptada, como editor, por Montaner, 1993, págs. 80-83 y 85). Otra cosa es el uso que de este testimonio pueda hacerse, ya que es preciso conocer bien las técnicas prosificatorias, amplificatorias y de resumen de la Estoria de España (y de cada una de las versiones en que se nos conserva) para no incurrir en interpretaciones erróneas.
Por otra parte, el hecho de que admitamos una tradición escrita con anterioridad al manuscrito de Vivar15 no excluye la existencia anterior y también posiblemente simultánea de ejecuciones orales y de la trasmisión del texto de memoria en memoria que el género al cual pertenece el poema y la presencia en él de los rasgos estructurales propios del arte juglaresco nos hacen suponer. De hecho, el modo “natural” de vivir y difundirse el texto épico del Mio Cid tuvo que ser, en sus primeros tiempos (e incluso, quizá, en días de Alfonso X), la voz de los juglares en actos repetidos de canto; sólo más tarde debió acudirse a la “lectura” oral pública16.

NOTAS

1) “El rromanz es leydo,
datnos del vino;
si non tenedes dineros,
echad a[l]lá unos peño(l)s,
que bien vos lo darán sobr’e[l]los”

2) Y según los expertos de todos los tiempos han reconocido: Sánchez (1779), Bello (1881), Menéndez Pidal (1908-1911, págs. 12-18), Horrent (1964a y 1973, págs. 199-200), Vàrvaro (1969, pág. 59, n. 27), Rico (1985, págs. 207-208 y n. 19). Nada sustancial respalda el supuesto contrario de Smith (1983); el sistemático reexamen del significado de escrivir en el explicit de códices de los siglos XIII y XIV, realizado por Schaffer (1988-89) y Michael (1991), prueba que no es otra cosa que ‘poner materialmente por escrito’ y que para ‘componer’ se utilizaban otros verbos (distinguiendo en su uso, con notable precisión, varios matices en el modo de crear el texto o razón).
3) Más bien de tiempos de Alfonso XI (1312-1350) que anterior y, probablemente, de mediados del siglo, no de principios (Orduna, 1989, págs. 6-7).
4) Ya Menéndez Pidal (1898b, pág. 113 y 1908-1911, reprod. 1944-1946, pág. 18) notó que en ese blanco no había huellas de una tercera C. No obstante, siguió considerando como explicación preferible la de la desaparición de una C, según habían propuesto otros críticos que le precedieron en el examen del explicit. Montaner (1993, págs. 687-688), tras un examen con recursos técnicos modernos del códice, da razones para negar que se hubiera raspado algo en ese amplio hueco en blanco.
5) Como creyeron antiguamente algunos desconocedores de la onomástica medieval y frente a las desbordantes fantasías modernas de Smith (1983, pág. 67), sobre las que ironizan Rico (1985, pág. 208, n. 19) y Schaffer (1988-89, págs. 144-147).
6) A pesar de su evidente utilización ante el público (véase n. 1).
7) En la conservación, a lo largo de los siglos, de estos “versos bárbaros notables” (como en 1601 los calificaba fray Prudencio de Sandoval) fue un hecho importante la frecuencia con que en ellos figuraba la voz “Bivar” y la presencia del “Rio d’Ovirna” en el discurso de Asur González, cuando menosprecia al Cid recordándole las maquilas que llevaba de los molinos de ese río. Podemos afirmarlo en vista de que en la última hoja del códice una mano del s. XIV transcribió aisladamente los versos del insulto en que aparecía el topónimo (Menéndez Pidal, 1908-1911, pág. 3). Ello prueba que ya en el s. XIV el códice se hallaba en Vivar, y es posible que ese fuese su destino originario. Esta suposición no contradice el hecho, casi seguro, de que se copiara de un manuscrito existente en otro lugar, pues no es de creer que sea substitución de un códice local anterior deteriorado. Orduna (1989), teniendo en cuenta el hecho de que el manuscrito de Vivar, aparte de haber sido corregido por varios amanuenses en el propio s. XIV, pasó por la mano de un lector-amanuense que utilizó su última hoja para ensayar la escritura del párrafo inicial de un romanceamiento de la Altercatio Hadriani Augusti et Epicteti Philosophi y de otros que copiaron oraciones (Menéndez Pidal, 1908-1911, págs. 2-10), sugiere que la copia perteneciera a un taller historiográfico del s. XIV, lo cual no me parece una inducción muy lógica; la alternativa propuesta por Michael (1991, pág. 205), de que el códice se copiara en Cardeña, es más aceptable, si bien completamente gratuita. Lo único seguro es que cuando se escribió el segundo párrafo en la hoja final (el del Río de Ovirna) el códice estaba ya en Vivar. Sólo es, por tanto, una incógnita dónde se escribió el primer párrafo (el de la Altercatio), si es que no son debidos a la misma mano.
8) El doble origen de los errores ha sido aceptado por Walsh (1990-91, n. 5), atribuyendo al dictado de memoria los casos en que Menéndez Pidal descubre o cree descubrir un desorden en los versos del manuscrito. En varios de ellos no me parece la mejor explicación del texto conservado.
9) Los hábitos de copia en los tiempos en que se manuscribió el códice de Vivar hacían posible la sistemática substitución de ciertas formas (consideradas arcaicas o aberrantes) y, a la vez, la reproducción mecánica, en otros casos, de peculiaridades del original copiado.
10) Como el de Pattison (1967), que, por otra parte, se apoyaba en datos y observaciones muy frágiles, según mostró Lapesa (1980), de cuya crítica intenta vanamente defenderse Pattison (1985-86).
11) Sólo las series asonánticas permiten correcciones seguras; el ritmo del verso bimembre no ofrece reglas tan claras (según ya hemos visto, cap. IV, § 9) como para fundar en él reconstrucciones. Por ello, resulta peligroso intentar enmendar el manuscrito único para acomodarlo a una teoría personal acerca de la medida silábica de los versos anisosílabos del poema, según hace Chiarini (1970, págs. 32-45), aunque, por mi parte, considere aceptables (sin necesidad de creer en su teoría métrica) algunas de las correcciones por él propuestas.
12) Los tres estadios cronológicos en el empleo de la -e paragógica que pretende distinguir Horrent (1973, págs. 227-231) no se confirman con los datos positivos de -e paragógica conservados en textos épicos y romancísticos. Como ya observó Menéndez Pidal (1964-69, págs. 1183-1184), autoenmendándose, si bien el entraua del ms. de Vivar parece lectura errónea de un *entroue existente en el original que copiaba, la forma primigenia conservaría la d etimológica de -au(i)t: *entrode (como ocurre en la copia del s. XIII del Roncesvalles). Montaner (1993, pág. 318) cree que el carácter “tardío” de la -e paragógica con -v- antihiática anula la explicación del -ava como mala lectura de -ove; pero entre el prototipo de 1207, al que parece remontar la copia de Vivar, y este manuscrito es posible que existieran otros actos de transmisión manuscrita. Tampoco es segura la universalidad de una pronunciación poética arcaica con conservación de la -d etimológica a comienzos del s. XIII.
13)
El recurso a la comparación externa, esto es, con documentación afín, exigiría determinar de antemano dónde, cuándo y dentro de qué tradiciones lingüísticas impuestas por el género se escribió la obra, lo cual es, claro está, más que difícil. Es, sin embargo, una tarea que, en su día, trató de realizar Menéndez Pidal al ofrecer al público, junto a una edición “paleográfica” impecable (1898b, reprod. 1908-1911, 1944-1946, págs. 909-1016 y 1961b, en este último caso acompañada del facsímil fotográfico, cfr. Montaner, 1993, pág. 84), una edición “crítica” (1908-1911, repr. 1944-1946, págs. 1022-1164) basada en su respuesta a esos interrogantes. Naturalmente, esta doble edición permitió a Menéndez Pidal aplicar en la elaboración de su texto crítico hipótesis correctoras, que, de haber optado por reunir en una ambas ediciones (según harán editores posteriores), no habría ensayado. Por otra parte, es preciso notar que, contra lo que la crítica moderna suele afirmar, Menéndez Pidal fue, para su época, un gran defensor de la necesidad de aplicar un “criterio conservador al hablar de los recursos enmendatorios de que disponemos” y que reaccionó contra excesos anteriores (1908-1911, reprod. 1944-1946, págs. 32-33). Así y todo, es evidente, que cualquier estudio serio del Mio Cid debe tomar como punto de partida su edición “paleográfica” y utilizar la “crítica” tan sólo como un conjunto de anotaciones imprescindibles, y no substituir el texto conservado por este texto pidalino, o cualquier otro similar posterior en el tiempo.
14) Conforme vienen intentando hacer, con variado éxito, críticos de formación filológica como Menéndez Pidal (1908-1911) y Horrent (1964a, 1973, 1978, 1982). Las ediciones de bolsillo de Michael (1975, 1976) y Smith (1972, 1976, 1985), al tratar de combinar en un solo texto la fidelidad paleográfica al manuscrito de Vivar y una presentación en forma de edición más o menos crítica, pecan de no cumplir ni con los preceptos de la una ni de la otra; no pasan de ser ediciones del manuscrito único conservado “normalizadas” para el uso de un público de lectores universitarios, en las que no se aborda la corrección de lo patentemente erróneo en el texto de Vivar. Aunque en algunos importantes detalles pueda hacerse a la de Montaner (1993) una crítica similar, en conjunto responde mejor que las anteriores a los paradigmas de una edición crítica bien fundamentada.
15) Según la conclusión a que llegó Menéndez Pidal en su inicial etapa de filólogo firmemente asentado en el positivismo: “En suma, el códice de Per Abbat se deriva, por una serie no interrumpida de co pias, del original escrito hacia el año 1140. Los arcaísmos de lenguaje nos hacen creer que esas copias fueron pocas, quizá únicamente la dos anteriores a la de Per Abbat que se suponen arriba, y estas dos serían bastante antiguas o por lo menos bastante fieles” (1908-1911, reprod. 1944-1946, págs. 32-33). Son, hoy por hoy, incompletas las comparaciones del texto de Vivar, de mediados del s. XIV, con el que (o los que) alcanzaron a conocer c. 1270 y en 1282-83 los “estoriadores” alfonsíes y, en época incierta, el redactor de la Estoria caradignense del Cid (en el tránsito del s. XIII a s. XIV, o antes). Creo, sin embargo, posible afirmar que tanto el texto alfonsí como el caradignense se conexionaban por vía escrita y no oral con el prototipo de la tradición manuscrita del códice poético conservado. Me baso para afirmarlo en la existencia en el manuscrito al que tuvo acceso Alfonso X de la lectura errónea Teruel por Terrer, en Mio Cid, vv. 571, 585, según muestran los mss. de la Versión amplificada, de la Versión mixta y de la Versión crítica (cfr. PCG, pág. 526b19-20 y n.), y, por otra parte, de las deformaciones sufridas por el topónimo Cullera que se hallan tanto en la Versión crítica como en la “Interpolación cidiana” de la Versión mixta y de la Crónica de Castilla (cfr. PCG, pág. 598a26-27), las cuales reflejan la misma ultracorrección fonética que el Gujera de los vv. 1160, 1165, 1727 del Mio Cid arriba comentado.
16) Que parece indicar la adición de los versos petitorios (citados en la n. 1) al explicit del manuscrito.

Diego Catalán 

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