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En defensa del Olivar de Chamartín

HENRIKE KNÖRR: CHAMARTÍN Y MENÉNDEZ PIDAL

HENRIKE KNÖRR: CHAMARTÍN Y MENÉNDEZ PIDAL diariovasco.com

Hace unas semanas, la asociación Amigos del Olivar de Chamartín ha pedido mi apoyo para defender ese lugar, situado en la parte Norte de Madrid capital, entre las calles Alberto Alcocer, Padre Damián, Menéndez Pidal y Henri Dunant. El manifiesto recuerda que se trata de «un enclave de altísimo valor histórico y ecológico», y que es «testigo de una intensísima actividad cultural y científica», con «decenas de olivos centenarios, bajo cuya sombra se organizó e impulsó el gran desarrollo cultural que vivió España en el primer tercio del siglo XX». El llamamiento ha surgido al conocerse que hay planes para hacer allí un restaurante tailandés, entre otras cosas. La acción cívica quiere que el Ayuntamiento, la Comunidad de Madrid y el Ministerio de Cultura declaren el Olivar de Chamartín 'Bien de Interés Cultural', preservándolo así de la salvaje especulación urbanística.
No exageran los Amigos del Olivar de Chamartín acerca de la importancia cultural y ecológica del lugar, hoy repartido en dos propiedades: la 'Casa de Menéndez Pidal' y 'El Olivar de Castillejo'. En total son 23.440 m2, desigualmente distribuidos (3.440 y 20.000 m2, respectivamente). Tiene 165 olivares, la mitad de ellos centenarios, más un estupendo ejemplar de madroño, especies serranas, frutales y jardines. Dos son los propietarios: la Fundación Areces y la Fundación Olivar de Castillejo.
Acompañando al manifiesto, los Amigos del Olivar de Chamartín han distribuido una documentada historia del Olivar de Chamartín, escrita por Diego Catalán y David Castillejo, dignos descendientes de quienes tan ligados estuvieron a aquella finca, es decir, respectivamente, el director de la Real Academia Española Ramón Menéndez Pidal (1869-1968), y el pedagogo José Castillejo Duarte (1877-1945). Diego Catalán, filólogo, es nieto de Menéndez Pidal, y David Castillejo, experto en literatura, es hijo de José Castillejo.
El texto de Diego Catalán y David Castillejo nos habla de aquel viejo Chamartín de la Rosa, aldehuela todavía lejos de Madrid. Mencionan episodios como la acampada del ejército de Napoleón en el Olivar de Chamartín. Desde allí los franceses vigilaban la ciudad, todavía en su poder, ciudad que por entonces terminaba en la Puerta de los Pozos (actual Glorieta de Bilbao). Ya era sabido que muy cerca del Olivar, en el antiguo palacio de los Duques de Pastrana, hoy colegio de los Jesuitas (al final del Paseo de La Habana), se alojó el emperador en diciembre de 1808, firmando, entre otros, el decreto abolitorio de la Inquisición.
Entrados en el segundo decenio del siglo XX, la aldea de Chamartín de la Rosa, que por entonces tenía apenas 800 habitantes, atrajo las miradas de José Castillejo, secretario de la Junta para la Ampliación de Estudios (antecedente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas). Madrid se encontraba aún lejos, pues acababa en un hipódromo situado donde hoy están los Nuevos Ministerios. Y en aquella aldea José Castillejo compró el Olivar, vendiendo luego parcelas a algunos amigos, con lo que surgió una pequeña colonia de intelectuales, de los cuales el más renombrado era Ramón Menéndez Pidal. Allí alojó don Ramón su famoso Archivo del Romancero Panhispánico, junto con otros proyectos y empresas filológicas. De aquellas casas partieron otras iniciativas, por ejemplo, las ideas pedagógicas de la mujer de Menéndez Pidal, María Goyri, y de María de Maeztu, hermana de Gustavo y Ramiro.
Cuesta trabajo imaginar aquel pequeño Chamartín, unido a Madrid por un tranvía, cuya chavalería ayudaba a trillar donde hoy se encuentra la plaza de Cuzco, y donde Menéndez Pidal y Castillejo recogían miel de las colmenas caseras. El Olivar recibía visitas de celebridades como H.G. Wells, Ortega y Gasset, Alberti y la mujer de éste, Teresa León, sobrina de María Goyri.
Pero vino el 18 de julio de 1936 y se abrió aquel espantoso tiempo que Castillejo describía así, en carta a Menéndez Pidal, en 1937: «Crueldad, barbarie, asesinato en campos y ciudades de uno y otro lado... Furia de destrucción y aniquilamiento y fe mesiánica en un paraíso español del que nadie sabe dibujar el boceto. Juventud contra vejez, instinto contra razón, dogma contra experiencia, corte de cuentas con el pasado». La biblioteca y el archivo de Menéndez Pidal pudieron ser salvados, al ponerse el Olivar bajo protección de la Embajada británica, mientras don Ramón emprendía el camino del exilio. Y en el Olivar, Alberti y María Teresa León, según el relato de Catalán y Castillejo, «acudieron a recoger en la casa y enterrar en los sótanos billetes y otros objetos que juzgaban de valor». Cuentan también que «durante los bombardeos, los porteros de la casa de Menéndez Pidal y López Suárez acogían a los vecinos de las casas populares de 'las Cuarenta Fanegas' para que se refugiaran en sus casas, que eran más sólidas, entre otros al chaval Francisco Rabal (el actor Paco Rabal), que se ganó después la simpatía de Dámaso Alonso, quien contribuyó a aficionarle a la lectura». Y es que Dámaso Alonso se había convertido también en vecino del Olivar.
Terminada la guerra, Menéndez Pidal pudo volver al Olivar, pero no así a su cátedra, y le costaría regresar a su puesto de director de la Academia, sobre la que los franquistas ejercieron fortísimas presiones para que expulsaran a don Ramón. Con grandes dificultades, la tarea de Menéndez Pidal y de su escuela pudo continuarse, tanto en España como en el extranjero. El enorme prestigio del autor de 'Orígenes del español' hizo que el Olivar de Chamartín fuera de nuevo escenario de estudios y cursos con participación de profesores y estudiantes españoles y foráneos. También gente de otros gremios se acercó al Olivar, por ejemplo Lana Turner, Joan Fontaine y Frank Sinatra, éste tratando de salvar su matrimonio con Ava Gardner, y ella encantada del carácter campestre de aquella finca, en cuyo estanque se daba frecuentes chapuzones. Charlton Heston fue a la casa de Menéndez Pidal para entregarle la réplica de la espada Tizona que el americano esgrimió en la película "El Cid" (1961).
De 'Aita Martin' a 'Chamartín'. El noble llamamiento a favor del Olivar de Chamartín nos da pie para recordar uno de los más brillantes artículos de Menéndez Pidal, aquél en que aclaró la etimología de Chamartín a partir del nombre vasco 'Aita Martin'.
Este artículo de don Ramón, miembro honorario de Euskaltzaindia, se publicó por primera vez en la 'Revista de Filología Española' en 1951. Su título es escueto: 'Chamartín'. El autor empieza diciendo que el nombre «ha torturado la inventiva de los etimólogos locales», y cita algunas explicaciones del nombre del lugar, «notable por las fincas de recreo que en él sostenía la aristocracia madrileña y por la estancia allí de Napoleón». Entre esas etimologías menciona la más divulgada en su tiempo: la de 'Chez Martin', por la taberna que según la tradición tuvo un francés allí. Menos estrambótica era la explicación sobre la base de 'Chan-martín', suponiendo que la primera sílaba procedía de 'San'. Menéndez Pidal rechaza esa explicación, y confiesa también su pecado, pues años atrás, siguiendo al gran romanista Meyer-Lübke, creyó que el primer elemento era la palabra vasca 'etxe', 'casa'. Pero finalmente la cosa quedaba clara: ese primer elemento, apelativo frecuente de jefes o cabecillas, era el nombre vasco 'Aita', 'padre', que en la documentación medieval aparece también con grafías como 'Eita', 'Ecta', 'Egga', 'Echa', etcétera, y que se extiende hasta Portugal.
Recuerda Menéndez Pidal que, además de la antigua aldea madrileña (hoy barrio) de Chamartín, existe otro Chamartín en la provincia de Ávila, más otros pueblos como Chagarcía (Salamanca), Chaherrero (Ávila). Y menciona los numerosos nombres de persona que dieron pie a nombres como 'Aita Velasquez', 'Monnio Aita' o 'Vita Aitaz'. Supone el autor -y parece muy razonable- que la causa del uso de ese nombre sería el respeto y el afecto, lo mismo que en el caso de otros paralelos con elementos vascos, como 'Minaya', sin duda de 'Mi-Anaia' (literalmente 'mi hermano'), de donde procede el nombre de Minaya Álvar Fáñez, el personaje del 'Cantar de Mío Cid'.
Años después, Antonio Llorente, catedrático de Salamanca, volvería sobre el asunto, al estudiar la repoblación vasca de las tierras castellanas. Podemos citar su intervención en las Jornadas de Onomástica organizadas por Euskaltzaindia en Vitoria en 1986, donde disertó con un trabajo titulado 'Topónimos abulenses y repobladores vascones'. La lista aportada comprendía los nombres recogidos por Menéndez Pidal y añadía otros, como el del pueblo Miecha (es decir, 'Mi-Echa'), paralelo de Minaya. Entre otros muchos ejemplos de pueblos de Ávila, Llorente citó Gemendura, de 'Semen(o) Endura', literalmente 'hijito Endura'; Muñana, con el elemento 'Amuña', 'abuela', y Sanchivieco, cuya segunda parte es 'Obeko', nombre de persona que hoy vuelve a ser usual en Vasconia.
Ecos de la historia, siempre apasionante. Pero, volviendo a la actualidad, esperemos que el Olivar de Chamartín quede preservado para siempre de la barbarie. Si la cultura es una lucha constante contra el olvido, ahora hay una excelente oportunidad para que la cultura prevalezca. Que los esfuerzos de la asociación Amigos del Olivar de Chamartín tengan el feliz resultado que todos deseamos.

HENRIKE KNÖRR
Director de Investigación de Euskaltzandia. Catedrático de Filología Vasca (UPV-EHU)

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