SILENCIO VITANDO DE PETIMETRES, CHUPALEVITAS, JONJABEROS, CANDONGOS, QUITAMOTAS, ALZAFUELLES, PASTELEROS, PAJILES, LACAYUNOS, ALQUILONES, SACRISTANES DE AMÉN, Y PANIAGUADOS
A los Amigos del Olivar de Chamartín no nos ha extrañado que la mayoría de los miembros de la Fundación Ramón Menéndez Pidal no hayan querido disimular su alivio por la muerte de Diego Catalán y de Henrike Knörr, ni que hayan decidido cortar por lo sano con cualquiera que, como nosotros, haya apoyado su lucha para preservar el Olivar de Chamartín y la Casa Menéndez Pidal como lugar de trabajo abierto a los estudiosos.
A las pocas horas de su muerte, lo primero que hicieron el secretario y sus cómplices, actuando diligentemente por primera vez en su cometido, e ignorando palmariamente el contenido del testamento de quien era el propietario de los Archivos que allí se custodian, fue cambiar las cerraduras, y ponerse a la disposición de la Fundación Ramón Areces, para lo que quisiera mandar, templando gaitas por no haber podido evitar que prosperase nuestra petición para proteger como bien de interés cultural la casa Menéndez Pidal, y el Jardín del Olivar, que el Ayuntamiento de Madrid acababa de ratificar. Si no nos equivocamos, es cuestión de tiempo que retiren las denuncias contra la Fundación Ramón Areces, que se interpusieron ante la Agencia Tributaria y ante el Protectorado de Fundaciones por fraude y asalto, no vaya a ser que les quiten la tarjeta de El Corte Inglés.
Quienes han redactado su obituario no han podido escamotear su obra; pero se han cuidado bien de señalar su extraña insociabilidad. Y decimos extraña porque sus interminables jornadas de trabajo, -el único contenido productivo del que puede vanagloriarse la FRMP-, no fueron excusa para dejar de contestar ninguna carta, e.mail o llamada telefónica de cualquier estudioso que le consultara, por muy ignoto que fuera, y por muy peregrina que fuera su petición.
Pero lo cierto es que se refieren a la falta de talento social en relación con algunas ilustres nulidades del mundo académico, que le llamaban “maestro”, le pedían prólogo o reseña laudatoria para sus obras, y recibieron un aluvión de correcciones, objeciones documentadas, y recomendaciones bibliográficas que Diego Catalán salpicaba, desde la primera a la última página del mostrenco, creyendo así ayudar a quien carecía de conocimientos y de pudor, aunque le sobrase capacidad para conseguir subvenciones y créditos.
Ninguno de esos le perdonó su manía de leer, señalar los errores y argumentar en vez de recomendar y prologar los bodrios de quienes sólo tienen capacidad para hacer la puñeta y la usan con largueza.
Tampoco fue un dechado de sociabilidad con aquellos eruditos que pedían su presencia y su nombre para respaldar fastos millonarios del Ministerio de Cultura, como aquellos en los que la ruta del Cid se vería con mapas interactivos a base de lucecitas y pijadas apaisadas, o sería una serie televisiva adobada con recomendaciones gastronómicas y turísticas, o como aquellas iniciativas del Centenario, cuando Don Quijote fue versionado en rap... Y qué decir de su negativa a participar en las cuchipandas de académicos y eruditos con la flor y la nata del famoseo para secundar dudosas iniciativas culturales, o su costumbre de no cobrar por sus artículos y conferencias, por considerar poco ético conducirse como un paniaguado con cargo al erario público.
Esos petimetres, chupalevitas, jonjaberos, candongos, quitamotas, alzafuelles, pasteleros, pajiles, lacayunos, alquilones, sacristanes de amén, y paniaguados del mundo académico sabrán perdonarnos el golpe por el coscorrón, que nosotros no nos arrugamos. Y somos correosos en nuestras lealtades.
Amigos del Olivar de Chamartín
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