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En defensa del Olivar de Chamartín

APOYO DE JOSÉ MANUEL LUCÍA MEGÍAS EN EL

Salvemos la casa de Menéndez Pidal

Publicado en "Diario de Alcalá"

Hay nombres que, al margen de la disciplina en que han destacado, se han convertido en iconos de nuestra cultura, esa que ha ido poniendo los cimientos del florecimiento intelectual que vive España en los últimos años. Normalmente, los escritores, más allá de los límites de su profesión, forman la primera línea de esta selecta lista de personalidades, a las que siempre uno le gusta comenzar con un “don” de autoridad y de respeto. Escritores que, con el tiempo, uno se sorprende que dedicaran su esfuerzo más allá de esas magníficas páginas con que tanto nos han hecho disfrutar y pensar… ¿Quién sabe la profesión de Francisco Ayala? Y nada importa.
Sin duda, uno de los intelectuales, de los pocos filólogos que merece formar parte de esta selecta nómina de “padres de la patria cultural” es Menéndez Pidal, Don Ramón, para ser más exactos: padre de una manera moderna de entender la filología que permitió poner a España a la cabeza de los estudios filológicos europeos por los años veinte y treinta; bases y cimientos tan firmes que se mantuvieron inalterables después de la Guerra Civil española. En la facultad, en el Colegio de Málaga, cuando nuestros profesores intentaban adentrarnos en los meandros de la lingüística, tanto sincrónica como diacrónica, siempre se contaba, en una mezcla de curiosidad y admiración, la pasión que Menéndez Pidal ponía en su ciencia, en su deseo de saber más y, sobre todo, de salvar del olvido tanto la música como la letra de nuestro folclore, y así no podía extrañar que parte de su luna de miel la pasara recolectando romances… ¡esos pedazos de nuestro pasado que gracias a su labor desde principios de nuestro siglo se pueden aún escuchar y disfrutar en el Archivo del Romancero de la Fundación Menéndez Pidal, en el Olivar de Chamartín, en la que fue casa del gran filólogo y humanista! Una labor titánica, hecha con tan pocos medios como con tanto entusiasmo, porque se sabía que se estaba mirando al futuro. Maestros empeñados en formar escuelas y no en controlar mediocridades en las cátedras universitarias; maestros generosos con su tiempo y con su sabiduría.
Hoy en día queda muy poco de este espíritu, y menos quedará, me temo, después de los compromisos de Bolonia y de un Ministerio de Educación que no quiere ver en la Universidad española una apuesta de futuro sino un espacio que le ocasione el mínimo número de problemas, al costo que sea: al de hacer la Universidad una fábrica de parados y abrir cada vez más el abismo entre la Universidad y la sociedad, que hace tiempo que ha entendido que en sus aulas, en sus facultades, en sus (manipulables) departamentos nunca encontrarán la autoridad que buscan (lamentablemente, me temo que tampoco en los medios de comunicación ni en los políticos van a encontrar un mejor interlocutor…).
Pero no siempre fue así. No siempre se dio esta separación entre política, intelectualidad y sociedad. Hubo un tiempo en que la Universidad fue motor de cambios, la vanguardia de las ideas y de la ciencia. En 1917, José Castillejo compró el “Olivar del Balcón”, una zona a las afueras de Madrid en la actual Chamartín, y vendió las parcelas a destacados intelectuales de la época, que formaron desde allí una de las comunidades más abiertas y vanguardistas del momento: además de Menéndez Pidal, allí se instalaron Ignacio Bolívar, director del Museo Nacional de Ciencias Naturales y autoridad internacional en la clasificación de ortópteros o Dámaso Alonso, el gran poeta de la Generación del 27. Y allí se fueron fraguando algunos de los proyectos y de las ideas, junto a un olivar del que quedan ahora tan solo 100 representantes, que ha venido a poner las bases de nuestra cultura hispánica… pero lo que nunca pudo pensar José Castillejo es que compraba este Olivar en el espacio urbanístico más deseado en este desenfrenado Madrid, que crece como una plaga, sin miedo a perder en la construcción de nuevos pisos, de nuevas urbanizaciones, espacios de su pasado que será imposible rescatar. La Fundación Areces, la actual propietaria de la Casa de Menéndez Pidal, que la compró, con la intermediación de Mayor Zaragoza, en 1984 con la finalidad de preservar su Archivo y estudio, su legado, ahora ha comenzado a hacer una serie de movimientos que, nos tememos, tengan un solo fin especulativo. Madrid como comunidad, como entidad, no se puede permitir el lujo de sepultar bajo la especulación del ladrillo una de las páginas más gloriosas de nuestra ciencia en el siglo XXI. Madrid debe ser capaz de mirar al futuro desde la apuesta de las cuatro imponentes torres de la antigua ciudad deportiva del Real Madrid y desde el remanso del Olivar de Chamartín, que guarda entre sus olivos una de las páginas más brillantes de nuestra cultura. Nos podemos quedarnos de brazos cruzados viendo cómo de nuevo las escavadoras y los especuladores terminan por sepultar con hormigón nuestro pasado. ¡Salvemos entre todos la casa de Menéndez Pidal, salvemos la razón frente a la fuerza del ladrillo y de la especulación, que están haciendo de Madrid una de las ciudades más deshabitadas de este siglo!

José Manuel Lucía Megías
Profesor de Filología Románica
Universidad Complutense de Madrid

Para leer el resto de las cartas de quienes nos han dado permiso para publicarlas: "Cartas de los Amigos del Olivar de Chamartín "

En imagen: De la colección Manrique de Lara (Archivo Digital Menéndez Pidal)

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