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En defensa del Olivar de Chamartín

APOYO DE RAÚL LÓPEZ REDONDO

Estimado Sr./Sra.:
Cuanto peor, mejor. Invadidos en el presente mes de julio del año 2007 por el ‘cortoplazismo’ y ‘cortomirismo’ a los que vemos abocados a muchos niños, niñas y adolescentes de las nuevas generaciones (la satisfacción inmediata, la escasa o nula planificación, la falta de proyecciones de futuro, la poca o ninguna resistencia a la frustración), recibo la noticia del acoso de la Fundación Ramón Areces al Olivar de Chamartín, sede de la Fundación Ramón Menéndez Pidal. Repito, cuanto peor, mejor.
Resulta que quien tiene la oportunidad de avalar generosamente el sustrato sobre el que levantar un Centro de Investigaciones sobre el Romancero, único en el mundo, la institución que, en su día, se erigió en garante de la supervivencia de la FRMP equivoca su vocación benefactora, porque en su cuenta de resultados, pesan más los apetitosos metros cuadrados de alto standing y lucro inmediato, y en esto ve convertidos dos siglos de la investigación filológica más avanzada, dos siglos de buen hacer científico y cultural.
Observo, por lo tanto, que la carta que en mayo de 2005 envié al responsable de la protección del Patrimonio Cultural e Histórico, con el fin de solicitar que le fuera concedida al “Olivar de Chamartín” la categoría de Bien de Interés Cultural, sigue tan vigente entonces como ahora. Añado, por consiguiente, a continuación aquellas letras, como muestra de mi apoyo y reconocimiento en defensa del Olivar.
La importancia, dentro de la reciente Historia Intelectual de España, de este enclave natural y de las Fundaciones que aún trabajan en el Olivar dedicándose a la investigación de la literatura, la música, el teatro y la cultura en general, esta perfectamente reflejado en la breve “Historia del Olivar de Chamartín” que puede ser consultada en las direcciones www.elolivardechamartin.com o http://olivarchamartin.blogia.com/ que Vds., probablemente ya conocerán. Olivares centenarios que han sido testigo del asedio de Madrid por tropas napoleónicas, de los fuegos artificiales de celebración de la II República, de la creación de organismos como la Junta de Ampliación de Estudios, el Centro de Estudios Históricos, la Institución Libre de Enseñanza o la Residencia de Estudiantes, son ejemplos de la ferviente actividad que a principios del siglo pasado llevaron a cabo diversos intelectuales en las más diversas ramas del saber, impulsando y, no tan solo, coincidiendo con la denominada Edad de Plata de la literatura española (Lorca colaboró recogiendo romances con Menéndez Pidal y de allí, a su manera, salió el universalmente conocido Romancero gitano; Rafael Alberti tuvo su Pájara pinta; Dámaso Alonso fijó en el propio Olivar su residencia; Ortega y Gasset, Américo Castro o Tomás Navarro Tomás fueron algunas de las muchas personalidades de la filosofía, la filología y la lingüística que entraban y salían de las distintas casas del Olivar, haciendo labor de su presente estudiando el pasado, de cuyo futuro aún hoy es heredero el Consejo Superior de Investigaciones Científicas.
La labor científica y humanista que ha emanado de las casas de este Olivar ha permanecido, sobreviviendo a la barbarie cruel de la guerra, al aislamiento y la vigilancia desconfiada de la Dictadura, a las buenas intenciones, no avaladas posteriormente con hechos, de los diversos gobiernos democráticos que han ido desfilando por Madrid, como desfilaron las tropas napoleónicas ante estos centenarios olivos. Resistiendo a las promesas, las interrupciones, faltas de confianza y el abandono más o menos cordial de las autoridades culturales del país, las fundaciones han ido realizando su trabajo, llevando a cabo la misma labor que en la época republicana, en su precoz anticipación de los modernos “I + D”: abrir los ojos y los caminos de la investigación a jóvenes que empiezan sus estudios, franqueándoles el paso a materiales y personas que serían de otro modo inaccesibles. Proporcionarles no sólo ideas, sino trabajos reales, prácticos, que se puedan llevar a cabo; siendo testigos de su celo un centenar de olivos que aún resisten, como recordatorio del famoso retraso cultural y científico español, como advertencia de lo inadecuado que es dejar pasar las oportunidades.
Desde 1998, un grupo de licenciados de Filología Hispánica, entre los que me cuento, continúa trabajando sobre el Romancero Tradicional de las Lenguas Hispánicas, compaginando su vida privada y laboral con la dedicación a la investigación filológica, gracias a la generosidad sin paliativos de la Fundación Ramón Menéndez Pidal, en la persona de su Director, Diego Catalán. Me atrevería a decir que la buena comunicación de antiguas y nuevas labores investigadoras, son posibles gracias al entorno silencioso y tranquilo que proporciona el propio Olivar, su naturalidad, en la que estas Fundaciones levantan sus paredes. No hablamos, por lo tanto de pasadas glorias, sino de actividad actual, cuyo mayor honor es albergar el mayor (y mejor) Archivo que existe hoy en el mundo, tanto Sonoro como Gráfico del Romancero Tradicional de las Lenguas Hispánicas. Ni la Biblioteca Nacional, ni la Hispanic Society de Nueva York, ni París, ni Londres poseen un Archivo sobre el Romancero Tradicional de las Lenguas Hispánicas de tal magnitud. Existen labores como la de Suzanne Petersen en la Universidad de Washington o de Samuel Armistead en la Universidad de California, por señalar dos ejemplos foráneos señeros, cuyas colecciones de romances tienen también una importancia significativa; sin olvidar que se trata de dos estrechos colaboradores y amigos de la propia Fundación, y que tuvieron ocasión en numerosos momentos de pasear sus indagaciones por el Olivar de Chamartín. Para quien no esté iniciado en estos temas, recordaremos que hablamos de un legado cultural que se extiende por Orán, Buenos Aires, Salónica, Puerto Rico, por Israel, Grecia, la antigua Yugoslavia, por Argelia y Marruecos, por Chile, México, Santo Domingo, Estados Unidos de América, por todos aquellos países que acogieron la diáspora sefardí y el exilio republicano, cuyos protagonistas se llevaron consigo la llave de sus casas y las leyendas e historias de sus padres, en una idioma congelado en los siglos de oro de su expulsión; o el recuerdo de un tiempo en que la cultura comenzó a llevarse por los pueblos, en unas carretas que iban por los caminos haciendo “un teatro de barraca”, para devolver la cultura, clásica, vanguardista o contemporánea, al seno popular que siempre ha acogido con su vida y mañas tradicionales la inspiración individual de los artistas.
A las personas que hemos tenido la fortuna de visitar este locus amoenus de la cultura y la investigación, se nos antoja que la calidad y buen hacer de nuestros honorables antecesores está impregnada en sus paredes, en las estanterías llenas de libros, en los perfumes campestres de sus jaras y romeros, en sus olivos selváticos y que, como toda esencia, su aroma se nos hará contagiosa: algo del alma de los dos siglos pasados, de sus preocupaciones y sus mentes se transmite a quien cruza sus umbrales. Tal vez mañana formemos parte de los lugares comunes de la cultura.
La continuidad de esta labor tras de sus muros, la incorporación de nuevos talentos al servicio de la investigación y el desarrollo de nuestro patrimonio, sólo podría ser posible mientras que siga existiendo físicamente este Olivar tan diezmado y arrinconado como poco conocido. Una amenaza que puede convertirse en oportunidad, si las diversas instituciones y organismos del estado se hicieran cargo de manera definitiva de la continuidad y el sostenimiento de ambas Fundaciones, vinculando la Menéndez Pidal como edificio anejo, aunque lejano, a la Biblioteca Nacional, y la Fundación Olivar de Castillejo como sede de una posible y sugestiva “Biblioteca Nacional del Teatro”, “Casa del Teatro Español” u otra fórmula semejante, donde además de contenerse el millar de textos clásicos, podrían perfectamente realizarse Seminarios, Congresos y Encuentros teatrales, performance, cursos y Escuelas Dramáticas de Primavera o de Otoño, y un sin fin más de propuestas que un responsable de los destinos culturales de una comunidad puede rápidamente esbozar, sin necesidad de abandonar los terrenos de la Música y las Artes Escénicas. Si ejemplos como “La Casa Encendida” son una referencia que engrandece y publicita a Caja Madrid, no entiendo como la Ramón Areces, la Comunidad y Ayuntamiento de Madrid, el Ministerio de Cultura, incluso el gobierno de la nación, con sus simpatías biográficas republicanas, no son capaces de mirar un poco más lejos, de planificar una recompensa, mucho más rica y duradera: el futuro científico (y por tanto laboral) de nuestros jóvenes investigadores, la riqueza educativa de nuestras alumnas y alumnos (con un 30% de fracaso escolar en ESO, y estas son sólo las cifras superficiales) o la difusión a través del Instituto Cervantes de nuestra herencia lingüística, literaria y cultural que es patrimonio, también, de todos aquellos países. Pero nunca es demasiado tarde: saber reconocer una ocasión y cogerla por los cabellos, aunque sean finos.

Raúl López Redondo
Coordinador del Plan de Mejora y Extensión de los Servicios Educativos
Unidad de Programas Educativos y Psicológicos
Sección de Educación e Infancia
Ayuntamiento de San Sebastián de los Reyes

Para leer el resto de las cartas de quienes nos han dado permiso para publicarlas: "Cartas de los Amigos del Olivar de Chamartín "

En imagen: Fotógrafo anónimo: Biblioteca en Londres después del raid. (1940)

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