HISTORIA DEL OLIVAR DE CHAMARTÍN II
En la foto: Gragorio Marañon, Ramón Menéndez Pidal, Niceto Alcalá Zamora, Pio Baroja, Antonio Royo Villanova y Emilio Cortarelo
El Olivar en la Guerra Civil y la Mundial. 1936-1945
“Crueldad, barbarie, asesinato en campos y ciudades de uno y otro lado... Furia de destrucción y aniquilamiento y fe mesiánica en un paraíso español del que nadie sabe dibujar el boceto. Juventud contra vejez, instinto contra razón, dogma contra experiencia, corte de cuentas con el pasado... vida auténtica...” (como se lamentaba en 1937 Castillejo en carta a Menéndez Pidal ) dieron lugar a la dispersión del centenar de “aristócratas” de la cultura, que tuvieron –los que pudieron hacerlo– que abandonar España durante aquella guerra fratricida.
En el Olivar sólo quedó Juan López Suárez, y las casas y los bienes culturales que contenían fueron testigos, directos o indirectos, de que, en medio de la barbarie desatada por la guerra plusquam civilia, la “cultura” seguía siendo, sin embargo, un valor respetado desde los más extremos niveles de la sociedad.
El arquitecto Sánchez Arcas (constructor de los edificios del Instituto-Escuela y del Instituto Rockefeller) con mando en las brigadas de “Trabajo Social” de las Milicias Populares del Quinto Regimiento , propuso a Menéndez Pidal llevar su biblioteca a lugar seguro, ante el posible avance hacia Chamartín de “los moros”, que ocupaban ya la Casa de Campo; pero Menéndez Pidal , que iba a embarcarse con destino a la Universidad de Burdeos, prefirió dejar pasar la casa como cosa sin valor y no vaciarla. Juan López Suárez consiguió entonces que todo el Olivar quedara bajo la protección de la bandera inglesa, y alquiló la casa de su cuñado (refugiado en Londres) a J. Walters, el propietario del periódico londinense The Times. López Suárez hizo un boquete en el muro de separación con la casa de Menéndez Pidal para tener fácil acceso a ella y selló su biblioteca con escritos de protección a nombre de la Universidad de Oxford. Cuando Arturo Ruiz Castillo, Pedro González Quijano y otros “milicianos” pretendieron trasladar la biblioteca de Menéndez Pidal, consiguió mantenerla en su sitio. Alberti y María Teresa León acudieron a recoger en la casa y enterrar en los sótanos billetes y otros objetos que juzgaban de valor.
A 300 metros del Olivar había una batería de cañones en constante fuego y la aviación de los “nacionales” bombardeó la barriada. Mientras, en el sótano de la casa de López Suárez se trituraban las aceitunas con un rodillo de cemento y se les echaba agua hirviendo en un bidón para poder conseguir el aceite que flotaba. Y durante el sitio de Madrid invitaba éste a los Gómez-Moreno a coger hierbas del huerto –aún quedan collejas campestres y muchas otras hierbas y flores entre los paseos– y de éstas hacían ensaladas. Durante los bombardeos, los porteros de la casa de Menéndez Pidal y López Suárez acogían a los vecinos de las casas populares de “las Cuarenta Fanegas” para que se refugiaran en sus casas, que eran más sólidas –entre otros al chaval Francisco Rabal (el actor Paco Rabal), que se ganó después la simpatía de Dámaso Alonso, quien contribuyó a aficionarle a la lectura. Pese a las circunstancias y a la penuria de la ciudad cercada, estos “proletarios” de la barriada guardaron un máximo respeto a las casas de los “intelectuales” ausentes, a los libros y aún a los olivos centenarios.
El Archivo del Romancero y los ficheros de la Historia de la Lengua los había depositado Menéndez Pidal en la Embajada de Méjico antes de partir para Burdeos, Cuba y Nueva York. Cuando se cerró el local de la Embajada, que fue trasladada a Valencia, el Gobierno de la República incorporó esos valiosos materiales al Tesoro Nacional, depositándolos en la Biblioteca Nacional primero, y llevándolos después, acompañado por José Giner de los Ríos, a Valencia, Barcelona y, finalmente, a Ginebra, a la Sociedad de las Naciones, juntamente con las Meninas y demás joyas artísticas del Prado. En la azarosa retirada a través del Pirineo, algunos de los cajones quedaron descolgados en el Castillo de Perelada. Noticioso de ello, Miguel Catalán (refugiado en Segovia) logró el apoyo del Servicio de Defensa y Recuperación de Patrimonio Nacional del Gobierno de Burgos y viajó hasta el castillo en vísperas de la rendición de Madrid. Entre tanto, las Cancillerías de Cuba, México y Estados Unidos habían intervenido sucesivamente para proteger el valioso Archivo de Menéndez Pidal de los avatares de la guerra.
Acabada la Guerra Civil, Castillejo y los Bolívar vivieron el resto de sus días en el exilio, en Londres y México y allí aportaron su saber y experiencias. Los matrimonios Menéndez Pidal/Goyri y Catalán/Menéndez Pidal, con sus hijos, vueltos a Madrid desde Nueva York, París y Segovia, quedaron apartados de los puestos de investigación y enseñanza y hubieron de empezar nuevas vidas desde su casa en el Olivar.
Miguel Catalán, interrumpida su labor investigadora, remitió los datos que había podido salvar de sus últimos trabajos a sus colegas astrofísicos norteamericanos, y buscó trabajo en la industria privada. Menéndez Pidal continuó calladamente la escritura de su Historia de la Lengua Española y para sostenerse colaboró con tomitos en la Colección Austral de Espasa-Calpe Argentina. Sólo Jimena Menéndez-Pidal tuvo el arrojo de crear un colegio privado coeducado –no lucrativo– desde ese refugio del Olivar, el Colegio Estudio, donde consiguió salvar el ambiente de la Institución Libre de Enseñanza, pese a las restricciones que le imponía la Dictadura, con lo que educó a una nueva generación en los ideales de una libertad inteligente y liberal.
El aceite de los olivos (llevado a un molino en Toledo) ayudó por entonces a las familias del Olivar a conservar la salud en los peores años de hambre colectiva.
Etapa de 1936-1968
La labor anterior a la Guerra Civil no se perdió del todo. Los centros creados por la Junta pasaron, bajo control político, a formar el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. De otra parte, los intelectuales españoles que tuvieron que reempezar sus vidas en el exilio hallaron en el Continente Americano, tanto en tierras hispanas como en tierras anglo-sajonas, una buena acogida, gracias a los lazos con colegas y centros de trabajo en aquellos países establecidos por la Junta. En la España de Franco, algunos miembros del Centro de Estudios Históricos y otros órganos de la Junta - Asín, Gómez-Moreno, Tovar – trataron de resucitar en casa de Menéndez Pidal viejos proyectos. Y a la casa de Dámaso Alonso en el Olivar acudían, aparte de catedráticos internacionales, los poetas que sobrevivían de la Generación del 27 y los de la siguiente: Vicente Aleixandre, Dionisio Ridruejo y Carlos Bousoño. Fue en estos años cuando Gonzalo Menéndez-Pidal empezó a reunir en el Olivar su enorme colección de fotografías y películas en torno a la historia de España y América Latina.
Acabada la guerra, se alquiló la casa de Castillejo al señor Grant, hombre del mundo del cine y los vecinos veían pasearse por los olivos a Lana Turner y Joan Fontaine. Frank Sinatra llegó al Olivar en un último intento de rescatar su matrimonio con Ava Gardner, y ella, enamorada siempre de este ambiente campestre, aparecía de vez en cuando de noche para darse un chapuzón en el estanque del Olivar. También el cine internacional se asomó a la casa de Menéndez Pidal cuando Charlton Heston le vino a entregar la pseudo-Tizona que esgrimió como Cid en la película de Hollywood.
Desde 1946 en adelante empezaron a sentirse en la España, pobre y aislada, algunas brisas de los vientos que soplaban en otros países. Las puertas del mundo académico fueron entreabriéndose a los intelectuales excluidos, tanto a Menéndez Pidal, que regresó a la dirección de la Academia Española, como a Catalán, a quien se permitió aceptar las invitaciones del Bureau of Standards de Washington, el Massachussets Institute of Technology de Boston y la Universidad de Princeton, donde pudo reanudar su carrera investigadora. Vuelto a España, aún llegaría a formar escuela en el “Instituto de Óptica”. Habiendo muerto en 1957, la Unión Astronómica Internacional dio el nombre de “Miguel A. Catalán” a uno de los cráteres de la cara oculta de la Luna en reconocimiento de su aportación a la Ciencia. Sólo otro español, Santiago Ramón y Cajal, tuvo un honor semejante.
En aquellos años 1946-1950 el Archivo del Romancero volvió a enriquecerse con nuevas versiones recogidas en expediciones al campo realizadas por una nueva generación de investigadores del Olivar, la de Diego Catalán y Álvaro Galmés, nieto y sobrino-nieto de Menéndez Pidal. Y allí en el Olivar se formó el portugués Luis F. Cintra, gran renovador de los estudios de la cronística medieval.
Alrededor del Olivar, tratando de encontrar la casa de Menéndez Pidal, se dirigió por entonces un reportero de “Semana” “por caminos barrientos y montones de inmundicia en busca del número 23 de la cuesta del Zarzal” hasta que llegado frente a la residencia de Menéndez Pidal vio “un rebaño de ovejas al que se suman tres o cuatro cabras” instantánea con que se apresuró a usar como ilustración a su entrevista con el maestro. Pero empezaron a alcanzar el Olivar las construcciones del nuevo Madrid, y David Castillejo, que había regresado de Londres a principios de los 1950, algunos años después de muerto su padre en 1945, hubo de vallar también su finca, que hasta entonces había quedado abierta, y en la que esos rebaños de ovejas entraban sin anunciarse de vez en cuando.
David alquiló la casa familiar del Olivar a John Robinson, el administrador de la ayuda económica estadounidense a España. Empezó por entonces a elevarse el nivel de prosperidad del país: España entraba lentamente en el mundo europeo y el Olivar tuvo su pequeñísima presencia en ello.
Tras un fallido intento de Joaquín Ruiz Jiménez de financiar, con fondos del Instituto de Cultura Hispánica, la actividad de un pequeño grupo de colaboradores que trabajaban bajo la guía de Menéndez Pidal en el Olivar, luego, durante el breve tiempo en que fue Ministro de Educación, aprovechó el 85 aniversario de Menéndez Pidal para crear en la Universidad de Madrid, regida entonces por Laín Entralgo, un Seminario Menéndez Pidal. A partir de ese momento, la casa del Olivar volvió a ver desfilar por ella jóvenes investigadores encargados de aprovechar en nuevas publicaciones los materiales allí atesorados. Muerta María Goyri en 1954 y alejado de ella Diego Catalán en La Laguna, Berkeley o Wisconsin, Jimena Menéndez-Pidal aguantaría año tras año la doble función de su casa, mientras seguía dirigiendo su Colegio Estudio.
Gonzalo Menéndez-Pidal, más sociable y abierto a un mundo vario, montó en el sótano anejo a su sección de la casa una sala/tertulia de cine histórico/documental donde convocaba a variopintos visitantes, atraídos por su archivo fotográfico y sonoro.
Desde Canarias, América y Alemania, Diego Catalán, pese a su lejanía, llevó la actividad editora del Seminario Menéndez Pidal, sujeta a diversos avatares político-económicos. Dámaso Alonso viajaba por los dos Continentes Americanos reanudando lazos con los emigrados, que volvían a tener interés en el futuro de España.
En estos años, David Castillejo, interesado en reconstruir el ambiente del Olivar anterior a la Guerra Civil, encontró cartas guardadas por su padre, que luego publicaría en un epistolario de tres tomos con 150 corresponsales, en el cual se revela el bullir creativo y el entusiasmo de este grupo de reformadores en el primer tercio del s. XX, casi todos amigos. En este epistolario “oímos” las voces de: Santiago Alba, Rafael Altamira, Miguel Asín Palacios, Manuel Azaña, Gumersindo de Azcárate, Domingo Barnés, Julián Besteiro, Ignacio Bolívar, José Castillejo, Manuel Bartolomé Cossío, Blas Cabrera, Ramón Carande, Joaquín Costa, Manuel de Falla, Manuel García Morente, Manuel Gómez-Moreno, Francisco Giner de los Ríos, Hernández-Pacheco, Alberto Jiménez Fraud, Juan López Suárez Loreno Luzuriaga, Antonio Machado, Antonio Madinaveitia, María de Maeztu, Martínez Torner, Ramón Menéndez Pidal, Tomás Navarro Tomás, Juan Negrín, Federico de Onís, José Ortega y Gasset, Leopoldo Palacios (que vivía más abajo en la misma calle), Julián Paz y Espeso, Pí y Suñer, José Pijoan, Adolfo Posada, Ramón y Cajal, Rey Pastor, Julián Ribera, Fernando de los Ríos, Natalio Rivas, A. G. Solalinde, el Conde de Romanones, Luis Simarro, Joaquín Sorolla, Elías Tormo, Torres Balbás, Torres Quevedo, Miguel de Unamuno, Daniel Vázquez Díaz, el Marqués de la Vega-Inclán, Juan Zaragüeta y Luis de Zulueta. Esta lista da una idea del entorno intelectual que había gravitado en torno al Olivar.
En 1964, después de celebrar sus 95 años en el Olivar, Menéndez Pidal aún se propuso una misión de alcance internacional: visitó, acompañado de su nieto Diego Catalán, entonces en la Universidad de Bonn, el “nuevo” Estado de Israel, que el Estado español no reconocía, con el empeño de promover las relaciones y fomentar que el componente hispano-hablante de Israel pudiera sentirse parte de la comunidad de pueblos hispanófonos.
Antes de la muerte de Menéndez Pidal(1968), cuando ya había sufrido una trombosis que le impedía seguir investigando, don Juan, padre del actual Rey, regresado a España, hizo una visita al anciano maestro para transmitirle el respeto de la familia pretendiente al trono.
Etapa de 1969-1985
En su testamento, Ramón Menéndez Pidal dejó su Archivo a su nieto Diego Catalán y le pedía que velara por la continuidad de las obras y proyectos de investigación inconclusos. Por su parte, Jimena Menéndez Pidal se propuso que la casa y la biblioteca permanecieran abiertas a los investigadores, especialmente del Seminario Menéndez Pidal. Ello hizo posible que este organismo de la Universidad Complutense sobreviviera a su primer Director bajo la nueva dirección de Rafael Lapesa. Fue tarea difícil a la que contribuyó el interés que logró suscitar Diego Catalán, primero en las universidades americanas donde enseñaba, y después en el National Endowment for the Humanities. A través de un Center for Iberian and Latin Ameican Studies que logró poner en marcha en La Jolla (California), Catalán inyectó en el “Seminario Menéndez Pidal” fondos americanos durante un decenio, con los que fomentó investigaciones de equipos mixtos de graduados españoles y extranjeros en el Olivar de Chamartín, especialmente sobre el Romancero Pan-hispánico y encuestas de campo de numerosos equipos, actividades que dieron lugar a la creación del hoy Archivo Sonoro del Romancero “Débora Catalán” y a diversas series de publicaciones del “Seminario Menéndez Pidal”.
Ya en 1974, cuando un reportero del International Herald Tribune acudió al Olivar, interesado por la experiencia de la “Operación de salvamento de las canciones tradicionales de España” que Catalán había organizado con participación de estudiantes graduados americanos, se asombró de cómo, en aquel jardín y casa particulares en medio del caos urbanístico de un Madrid en expansión, coexistían pasado y presente, viejos materiales y nuevas técnicas, y una familia rodeada de estudiantes forasteros.
La presión urbanística que observaba el reportero americano amenazaba ciertamente al Olivar. Las fincas y casas de los Bolívar y de Lozano habían sucumbido. La de Castillejo tuvo que adaptarse a la circunstancia, pues hubo entonces de vender una sección N. del Olivar para formar con el resto la Fundación Olivar de Castillejo. Cuando se trasladaron algunos olivos para salvarlos, pasaba esa semana en el Olivar el fotógrafo Cartier-Bresson. También la finca de Menéndez Pidal quedó recortada por la calle de Henri Dunant y se procedió a salvar dos olivos transplantándolos. Más amenazador para la supervivencia de esta sección del Olivar fue que Gonzalo Menéndez-Pidal forzara el fin del pro-indiviso. Jimena Menéndez Pidal hubo de recurrir a los buenos oficios de Federico Mayor Zaragoza y éste negoció la adquisición del solar y casa por la Fundación Ramón Areces (por un precio irrisorio) tras acordar que, a fin de “asegurar la continuidad de la investigación filológica e histórica del eminente sabio Ramón Menéndez Pidal, así como para conservar su recuerdo en la casa que fue su vivienda y lugar de trabajo”, se inaugurara en ella un Centro regido por la Fundación Ramón Menéndez Pidal. El 11 de noviembre de 1985, la Reina Sofía, acompañada del Ministro de Cultura Javier Solana, del ex Ministro de Educación Federico Mayor Zaragoza, y del Director de la Real Academia Española, Pedro Laín Entralgo, inauguraron solemnemente ese Centro.
En estos años, Rafael Martínez Nadal, yerno de José Castillejo, regresado al fin después de cuarenta años de exilio, escribió sentado en el Olivar al lado de un granado y a la sombra de un olivo, varios libros sobre sus memorias londinenses y sus amigos Federico García Lorca y Luis Cernuda. Se inició también un importante enlace entre el Olivar y la Alhambra; miembros de las familias Menéndez Pidal y Castillejo ayudaron a rescatar y restaurar los fondos del nuevo Museo Nacional de Arte Hispanomusulmán que montaba Antonio Fernández-Puertas. Se invitó al Olivar a José Ortega Spottorno, dueño entonces de “El País”; y éste respaldó la creación de una cátedra de Arte Musulmán para España, que Justino de Azcárate negoció con el Ministro de Universidad y que Fernández-Puertas ganó por oposición. Esto ha formado un enlace Granada-Olivar-Londres y ha impulsado la publicación de importantes estudios sobre la Alhambra en inglés y español.
Etapa de 1985-1998
El Olivar –desde el cual, durante decenios sólo se alcanzaba a ver y oír, hacia Saliente, la colina poblada de la Ciudad Lineal y su tranvía, y hacia Poniente, la colina del “suburbio” popular de Tetuán de las Victorias y el bullicio de la boca de metro de Estrecho–, había quedado ahora sumido en el distrito burgués de “Chamartín” (deshojada ya su Rosa) formando parte del corazón de Madrid-Norte.
Sin embargo, gracias al desprendimiento económico y visión de futuro de varias generaciones de miembros de la familia Castillejo y Menéndez Pidal, el Olivar de Chamartín con sus más de cien olivos centenarios y el más espléndido madroño existente en la Villa del oso y el madroño seguía estando en medio de ese Madrid-Norte. Pronto habría que lamentar la desaparición del rincón poético de la casa de Dámaso Alonso; pero la Fundación Olivar de Castillejo y la Fundación Ramón Menéndez Pidal servían de freno a la especulación del suelo. Una y otra Fundación seguían políticas diversas; pero daban continuidad, transcurridos tres cuartos de siglo, a los ideales culturales de sus viejos “pobladores”.
La Fundación Olivar de Castillejo que presidió Leonardo Castillejo y después su hermana Jacinta, siguió, bajo la dirección de Ignacio Herrera de la Muela, la línea de enlazar España con la cultura de otros países, y mantenerse siempre abierta a cualquier proyecto artístico o cultural. La Fundación ha presentado libros en el Olivar, lecturas de poesía, conciertos, exposiciones, ópera al aire libre, grupos de música improvisada. Por ejemplo, en el año 1994 la Capilla Real de Madrid ensayaba en el Olivar, hubo una exposición de grabados, un simposio sobre el dramaturgo alemán Thomas Bernhard, un encuentro de Teatro Francés Contemporáneo, un concierto de música y danza, lecturas y ensayos de autores contemporáneos, un encuentro con el Profesor Silunas Vidmantas Yurjevich, y otro sobre “La función social del teatro hoy”, en el que ocho escuelas de teatro de Madrid presentaron obras de autores de siete países, en traducción castellana.
La Fundación Ramón Menéndez Pidal dirigida por Rafael Lapesa, acogió en la casa del Olivar al Seminario Menéndez Pidal, dirigido por Diego Catalán y ambos organismos, privado y público, con el mecenazgo de la Fundación Ramón Areces, continuaron el proyecto investigador/educativo del periodo anterior. Los campos en que se produjeron en el Olivar más publicaciones y de mayor relieve fueron el Romancero y la Historiografía medieval. Los equipos investigadores dirigidos por Diego Catalán (quien por entonces se reintegró a la Universidad española) y la cooperación institucional se prolongó hasta 1998.
Etapa actual
El Olivar, en la sección de la Fundación Olivar de Castillejo, se ha convertido en uno de los centros más importantes de teatro clásico. Ya María Goyri y Eulalia Galvarriato, esposas de Menéndez Pidal y Dámaso Alonso, ubicadas en el Olivar, fueron importantes lopistas. Pero en tiempos más recientes, desde 1965, David Castillejo ha venido reuniendo en él una colección de 1000 textos clásicos; bajo los olivos se ha leído toda la obra dramática de Lope, Tirso y Calderón y ha escrito en el Olivar su Guía de ochocientas comedias del Siglo de Oro (2002) en la que identifica comedias de gran interés para el actor; acaba de publicar La formación del actor en el teatro clásico (2004) para entrenar a nuevos grupos en este teatro, y trabaja hoy en un tercer tomo que dará a conocer cuarenta dramaturgos buenos del siglo XVII que han caído injustamente en el olvido. Más importante aun ha sido el enlace del Olivar con el equipo de Miguel Ángel Coso y Juan Sanz, que descubrieron y han reconstruido el Corral de Alcalá de Henares de 1602. Desde hace más de un año este grupo da lecturas semanales en el Olivar de obras dramáticas del siglo XVII para descubrir piezas importantes con vistas a su futura representación. Al mismo tiempo, desde el Olivar Fernández-Puertas enlaza con el Patrimonio Nacional y su equipo en el Palacio Real para trabajos sobre la tienda otomana de la Real Armería (2003) y el pendón de la Navas de las Huelgas (2005).
La Fundación Menéndez Pidal, bajo la dirección de Diego Catalán, una vez que caducó el proyecto investigador/educativo en colaboración con el Seminario Menéndez Pidal, se ha concentrado, en estos últimos años, en la publicación de algunas colectáneas: Islam y Cristiandad. España entre dos culturas (de Ramón Menéndez Pidal ) 2001; El Cid en la Historia y sus inventores (de D. Catalán), 2002; La literatura española aljamiado-morisca (de A. Galmés), 2004 y, sobre todo en la conclusión y publicación de grandes obras de nueva planta: D. Catalán, De la silva teatral al taller historiográfico alfonsí (1997); La épica española. Nueva documentación y nueva evaluación (2002); El Archivo del Romancero patrimonio de la Humanidad. Historia documentada de un siglo de Historia, vols. I y II (2001); “Rodericus” romanzado, en los reinos de Aragón, Castilla y Navarra (2005) y Ramón Menéndez Pidal, Historia de la lengua española, vols. I y II (2005) de inmediata presentación, que apadrina la Real Academia Española. De otra parte, se ha grabado en CDrom el Archivo Sonoro del Romancero “Débora Catalán” para su futura difusión por Internet.
El prestigio de la Fundación Ramón Menéndez Pidal ha atraído una valiosa donación bibliográfica (2004) que viene a reforzar sus lazos con el pasado: la Biblioteca Literaria Sainz (formada por el catedrático de Derecho Sainz de Baranda) con más de 4.000 libros cuidadosamente encuadernados cuyo núcleo fundamental lo constituyen ediciones primeras y raras de los escritores de la llamada “Edad de plata"
El secreto del olivar está en su sencillez.
El que entra desde la calle se encuentra entre unos cien olivos centenarios y un imponente madroño, con romero, jara, mejorana, cantueso, tomillo y botón de oro traídos de la sierra, árboles frutales y arbustos olorosos, donde el canto de los pájaros acompaña un silencio ambiental que anima a pensamientos de profundidad. El que llega es recibido como un conocido; no existe distinción de títulos ni formalidades de ningún tipo. Se ha mantenido la sobriedad y sencillez de los patriarcas de la Institución Libre de Enseñanza y de los creadores de la Junta para Ampliación de Estudios.
Aun reducido a su tamaño actual y cercado de edificios agresivamente urbanos, el Olivar que vio pasar a Napoleón conserva y hace sentir la unión civilizadora entre campo y ciudad; aparenta y es un enclave a la vez natural e intelectual. En un espacio campestre, pero abierto a los que lo requieren, con libros y documentos únicos a mano, es donde mejor se piensa, se dialoga, y mejor se investiga y mejor se escribe. Y, hacia fuera, su natural opacidad al ruido – físico y social – transmite al entorno ciudadano ondas de serenidad y saludable energía en medio del tráfico y el tráfago que lo circunda.
Esperamos que las Autoridades, y toda persona o grupo interesados, protejan este Olivar histórico por la memoria que atesora, por su labor pasada y labor cultural futura, así como por su especial locación. Hay que evitar que, con hacinamientos, este paraíso campestre e intelectual, milagrosamente salvado en medio del Madrid Norte, pueda ser destruido.
David Castillejo
Diego Catalán Menéndez-Pidal
FICHA TÉCNICA
NOMBRE DE LA PROPIEDAD: OLIVAR DE CHAMARTÍN
SITUACIÓN: Ciudad: MADRID (DISTRITO DE CHAMARTÍN) Domicilio: C/ Menéndez Pidal, 3 y 5
LINDES: Norte: Trasera de las fincas nº 21-19-17-15 y 13 de la C/ Henri Dunant. Oeste: Traseras de los nº 42-44-46 de la C/ Padre Damián. Sur: Traseras de las fincas nº 17-19-21-23-25-27-29 de la Avda. de Alberto Alcocer. Este: Trasera de la finca nº 3 de la C/ Menéndez Pidal y el resto con la misma calle (entrada a ambas fincas)
PROPIETARIOS:
Fundación Areces
Fundación Olivar de Castillejo
Olivar centenario dividido en dos propiedades, la “Casa de Menéndez Pidal”, en la esquina nor-este, y el “Olivar de Castillejo” (con dos viviendas).
a) La primera, con una superficie de 3.440 m2, es una pieza rodeada por una tapia que tiene su entrada en la C/ Menéndez Pidal, nº 5. Su centro está ocupado por la vivienda y tiene una pieza de garaje exenta. El jardín, conserva 50 olivos (Olea europea), 36 de ellos de la plantación original y centenarios, y un ejemplar singular de madroño (Arbutus unedo); a esta arboleda se añaden especies serranas y frutales.
b) La segunda, mucho más extensa (20.000 m2), rodea a la anterior y sólo le queda una pequeña tapia a la misma calle, en el nº 3 bis. Los olivos centenarios, con su marco de plantación a marco real de 8x8 m., continúan en esta finca en cantidad de 115, de los que más de 35 son centenarios y con mayor número de especies jardineras. Dos casas de ladrillo están situadas en la finca así como una pequeña alberca. La singularidad de este espacio no sólo reside en el valor de sus “jardines” y en su significado como reducto agrícola en el centro de la ciudad, sino en su altísimo interés cultural e histórico.
DESCRIPCIÓN DE SUS VALORES (históricos, culturales, botánicos, ecológicos, etc.)
El olivar tiene su origen en una plantación típica manchega de cultivo mixto de olivos y viñas, cuya primera noticia se remonta a la entrada del ejército de Napoleón en Madrid, ya que bajo su sombra se instaló dicho ejército durante los años que estuvo en nuestra ciudad.
José Castillejo compró una parte del olivar en 1917, situado en una terraza que dominaba la ciudad. Lo compartió con sus colegas y amigos: Ramón Menéndez Pidal, Ignacio Bolívar, Luis Lozano y, más tarde, Dámaso Alonso vivieron, crearon y compartieron experiencias, siendo este espacio donde se fraguaron muchos de los proyectos científicos, culturales y humanísticos de la historia española del siglo XX.
Después de casi tres generaciones, el olivar sigue manteniendo su carácter; ha perdido parte de su superficie original, pero aún quedan más de 23.000 m2, rodeados de grandes edificios en el corazón de la ciudad.
En la actualidad, la singularidad de los 150 olivos centenarios y de los jardines que se han ido generando a su alrededor, ha creado un reducto paisajístico (tanto de flora como de fauna) de un gran interés, donde sigue manteniéndose el espíritu de sus creadores.
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Leopoldo Simó Ruescas -
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