HISTORIA DEL OLIVAR DE CHAMARTÍN I
En los planos expuestos en el Metro de Madrid se distingue un espacio verde entre las calles Alberto Alcocer, Padre Damián, Menéndez Pidal y Henri Dunant, pero pocas personas sospecharán la importancia cultural que tiene para España esta zona de cien olivos centenarios (último reducto del gran olivar de Chamartín) donde se conserva un ambiente campestre, con árboles, aromas de campo –jara, romero y mejorana traídos de la sierra– y en que aún pasean y trabajan pensadores de diversa formación en un pequeño recinto de paz y calma, algo parecido a los mayores de Oxford y Cambridge.
Fue en este Olivar donde los pensadores del siglo XX idearon y llevaron a cabo la gran transformación y giro cultural de una España pobre y aislada a un estado moderno y próspero, abierto al mundo internacional. Y es aquí donde aún hoy se organizan importantes proyectos culturales. Este recinto privado y recogido guarda memoria de varias etapas históricas:
Primera etapa
La zona SO del gran “Olivar de Chamartín” se llamaba “Olivar del Balcón”, por situarse en lo alto de una colina que hasta los 1960 ofrecía una vista panorámica de todo Madrid y de los montes detrás de la villa. El ejército de Napoleón acampó en este olivar cuando, después de fracasar en Bailén, el Emperador dirigió la campaña contra Madrid; y desde aquí vigilaba la ciudad lejana, que sólo llegaba entonces hasta la Puerta de los Pozos (en la hoy Glorieta de Bilbao), la calle del Almirante y la ronda de Recoletos, quedando fuera el edificio de la Veterinaria (en el solar de la hoy Bibliotecas Nacional), según explica Galdós en su episodio nacional Napoleón en Chamartín. En el pueblo de Chamartín se hallaba, desde el s. XVI, la finca campestre del Príncipe de Melito y Marqués de Pastrana, en que los célebres arquitectos Agustín de Pedrosa y Juan de Herrera diseñaron unos hermosos jardines; allí el propio Napoleón vino a alojarse el 2 de diciembre de 1808 y expidió el famoso decreto de abolición de la Inquisición.
Segunda etapa. 1917-1936
En 1917, José Castillejo , Secretario administrador de la Junta para Ampliación de Estudios , compró el “Olivar del Balcón” que se encontraba aún en pleno campo, lejos de Madrid, que por entonces acababa en “El Hipódromo”, en donde luego se construyeron los “Nuevos Ministerios” (plaza de San Juan de la Cruz).
El Olivar, con unos 250 metros (un cuarto de kilómetro) de E-O, llegó a tener, hasta los 1980, la misma profundidad de S-N, y contiene unos cien olivos centenarios. Castillejo repartió y vendió trozos del Olivar a sus amigos y aquí se estableció una pequeña colonia de intelectuales amantes del campo castellano, cuya singular belleza en aquellos años sólo valoraban unos pocos. Ramón Menéndez Pidal , el gran filólogo, construyó su casa en la parte que daba al camino llamado “Cuesta del Zarzal” (hoy calles de Condes del Val y de Menéndez Pidal) y allí acomodó su famoso Archivo del Romancero Pan-hispánico, en cuya constitución venían colaborando investigadores de los cinco continentes, y también su biblioteca. Ignacio Bolívar , director del Museo Nacional de Ciencias Naturales y autoridad internacional en la clasificación de ortópteros, a quien acudían especialistas de todo el mundo, construyó dos casa en la parte S. del Olivar. Lindando con éste, Luis Lozano Rey*, el catedrático de ictiología y piscicultura, construyó la suya; y de él adquirió Dámaso Alonso una parcela, donde edificó más tarde asimismo su casa, con una importante biblioteca. Cuando Mariana, hermana de José Castillejo, y su marido, el médico Juan López Suárez , gran mecenas del progreso de Galicia, construyeron otra casa en el Olivar, a mediados de los 1920, Menéndez Pidal rodeó la suya de un muro; pero el camino de entrada sigue siendo común a la comunidad, como indica una puertecita que da al solar de Menéndez Pidal. Entre los terrenos de Bolívar y Castillejo no había valla, salvo una alambrada y paso libre, y lo mismo entre los de Castillejo y Dámaso Alonso.
Este pequeño grupo de pensadores ubicado en el Olivar fue principal artífice del profundo cambio en la vida cultural de España ocurrido en el primer tercio del siglo XX; sin duda la mayor transformación cultural que ha presenciado este país. José Castillejo, como Secretario y gestor, Menéndez Pidal como humanista, Director del Centro de Estudios Históricos y Vicepresidente, e Ignacio Bolívar como científico y sucesor de Ramón y Cajal en la Presidencia de la Junta para Ampliación de Estudios, fueron las cabezas pensantes y organizadoras de la Junta, cuya principal meta fue desarrollar los ideales de la Institución Libre de Enseñanza y elevar España a un nivel internacional en el campo de la cultura, la economía y la estructura de su sociedad. Desde que fueron a vivir juntos en el Olivar, estos organizadores podían acordar muchos asuntos de palabra, pasando de una casa a otra, sin necesidad de papeleo.
Con los fondos que recibía del Estado, la Junta para Ampliación de Estudios mantuvo durante décadas la política de enviar estudiantes e investigadores a los principales centros culturales de Europa y América, con lo que cientos de españoles cualificados para ello empezaron a manejar idiomas extranjeros y se relacionaron con colegas europeos, a la vez que recibían formación de los más famosos expertos en las respectivas materias.
La Junta restableció contactos culturales con Latino América –perdidos tras la independencia de esos países– y diseñó unos programas de impulsión en ella de la cultura española, logrando esparcir una imagen renovada tanto del pasado como del presente de España, especialmente en Argentina, México, Santo Domingo y Puerto Rico. El máximo esfuerzo se hizo en Buenos Aires, donde la Junta envió a Menéndez Pidal para inaugurar una “Cátedra de Cultura Española” en la Institución Cultural Española y después, de forma continua, envió a ella destacados miembros prominentes o intelectuales afines, como Ortega y Gasset, Rey Pastor, Américo Castro y otros.
La Junta hizo una labor similar dirigida a Estados Unidos, a donde viajaron Castillejo y Menéndez Pidal y donde el Centro de Estudios Históricos destacó asimismo permanentemente a algunos de sus más notables colaborares, como Solalinde (en Wisconsin), Onís (en Columbia University), junto con diversos “lectores” difusores del hispanismo.
Este trío de intelectuales –Castillejo, Menéndez Pidal y Bolívar–, conjuntamente con el presidente de la Junta, Santiago Ramón y Cajal, impulsaron la creación de La Residencia de Estudiantes (de cuyo comité directivo fue Menéndez Pidal presidente) para sacar a los jóvenes estudiantes del ambiente depresivo en que solían vivir. En ella cuajó una nueva generación de escritores y artistas (Lorca, Dalí, Buñuel) y en sus laboratorios trabajaron también Juan Negrín, Grande Covián y Severo Ochoa. Llevaba la financiación Castillejo con Alberto Jiménez Fraud. La Junta creó también La Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma, que dirigió José Pijoán.
Los dos grandes centros en Madrid de la Junta dedicados a la investigación y formación de investigadores fueron el Centro de Estudios Históricos para la humanista, que dirigía Menéndez Pidal, y el Instituto Nacional de Ciencias Físico-Naturales, dirigido por Ramón y Cajal. El Centro tuvo desde un principio varias secciones, llevadas por Menéndez Pidal (Filología), Gómez-Moreno y Elías Tormo (Arte y Arqueología), Ortega y Gasset (Filosofía), Altamira e Hinojosa (Historia), etc., y luego fue aumentando secciones progresivamente (Estudios árabes, Estudios clásicos). La Junta inició además estudios económicos y sociales por todo el país y puso en marcha una publicación metódica de libros de investigación y difusión cultural.
Ya en 1929, el Instituto abarcaba el Laboratorio de Física (bajo Blas Cabrera); el Laboratorio de Mineralogía y Geología, Zoología y Botánica en el Museo Nacional de Ciencias Naturales (bajo Bolívar); la Comisión de Investigaciones paleontológicas y prehistóricas (bajo Hernández Pacheco); el Laboratorio de Investigaciones biológicas o “Ramón y Cajal” (bajo Ramón y Cajal); el Laboratorio de Fisiología cerebral (bajo Rodríguez Lafora); el Laboratorio de Histología Normal y Patológica (bajo Río Hortega); el Laboratorio de Química orgánica y Biológica (bajo Carracido y después Casares Gil y A. Madinaveitia); el Laboratorio Seminario Matemático (bajo Rey Pastor). Del Instituto dependían el Museo de Ciencias Naturales, el Observatorio Astronómico, el Jardín Botánico y el Museo de Antropología. La Junta también organizó Estudios de Galicia y La cátedra de Ramón y Cajal, conjuntamente con Buenos Aires.
La resonancia internacional del Centro de Estudios Históricos y del Instituto Nacional de Ciencias Físico-Naturales despertaron en Estados Unidos el interés de los mecenas de la investigación que tenían de ella una visión global. En ese año de 1929, A. M. Huntington viajó desde Nueva York a Madrid para entrevistarse con Menéndez Pidal y, tras estudiar los proyectos del Centro, entregarle una notable donación de la “Hispanic Society” para impulsar la realización de Epopeya y Romancero. Estudios y Textos y del Atlas lingüístico de la Península Ibérica. Ya en 1925, Trowbridge, en representación del “International Educational Board”, había viajado asimismo a Madrid para apoyar el Laboratorio de Investigaciones Físicas dirigido por Blas Cabrera y, tras largas negociaciones, la “Fundación Rockefeller” financió en los años 30 un Instituto Nacional de Física y Química para que trabajaran Moles (Química-Física y Mineralogía), Catalán (Espectrografía), Palacios (Rayos X y Termodinámica) y Madinaveitia (Química Orgánica), con Cabrera como Director. Miguel Catalán, yerno de Menéndez Pidal, internacionalmente conocido desde muy joven por su descubrimiento de los “multipletes”, era otro de los investigadores residentes en el “Olivar de Chamartín”, y fue comisionado para estudiar los laboratorios de los principales centros de investigación europeos y después encargado de vigilar la construcción. Manuel Sánchez Arcas y Luis Lacasa proyectaron el edificio, que aún hoy se halla en la famosa “Colina de los Chopos”, cerca de la Residencia, llamado comúnmente “el Rockefeller”.
Desde el Olivar también emanaron importantes experimentos en educación. La Junta creó el Instituto-Escuela en 1918 que desplazó a la Institución Libre de Enseñanza como principal centro de los ideales de ésta e hizo posible que los principios educativos propugnados por los institutionistas se introdujeran en la enseñanza pública (según el propio nombre “instituto-escuela” quiso hacer ver). Allí se formaban simultáneamente no sólo las sucesivas generaciones de alumnos (desde párvulos hasta el final de la enseñanza secundaria), sino los “aspirantes al magisterio secundario”, “interinos” con vocación de catedráticos, bajo la guía de exigentes directores de estudios. Ramón Menéndez Pidal presidió entre 1928 y 1933 su patronato, del que formaban parte Ignacio Bolívar, Julio Rey Pastor y María de Maeztu , así como María Goyri , la mujer de Menéndez Pidal, quien diseñó el método de enseñanza de la lengua y la literatura en el Bachillerato y coordinaba su enseñanza elemental. Castillejo vigilaba las reuniones del Instituto-Escuela, pero prefirió poner en marcha otro proyecto pedagógico, La Escuela Internacional, ubicada donde hoy está la plaza de Argentina, y donde sus cuatro hijos, de madre inglesa, desde los cuatro años de edad aprendían cuatro idiomas a la vez. Esta escuela atrajo a hijos de amigos, entre otros Andrés Segovia, y contaban con profesores que eran intelectuales y poetas, como José Antonio Muñoz Rojas .
Hasta la guerra civil la vida en el Olivar fue como la de una granja alejada de la ciudad (Madrid continuaba acabando en “el Hipódromo”, hoy Nuevos Ministerios) y los niños bajaban a ayudar a trillar donde hoy se encuentra la plaza de Cuzco. Castillejo y Menéndez Pidal recogían miel de sus colmenas y en casa de Castillejo se hacía jabón en el jardín y se comía de la huerta y los frutales. Un gran albaricoquero, nacido de un hueso arrojado por Jimena Menéndez Pidal , decoraba ya la entrada de la casa de los matrimonios Menéndez Pidal y Catalán. El palomar regalado a Castillejo por Ortega y Gasset tuvo sus palomas; hubo corral y huevos de casa.
Pero a esa “granja”, a las casas de Castillejo, Bolívar y Menéndez Pidal, llegaban visitas importantes, igual que a la Residencia de Estudiantes, donde se invitaba a Mme. Curie , Einstein, Lord Keynes. Algunos de esos visitantes ilustres gustaban de pasear por el Olivar; H. G. Wells se durmió una siesta bajo uno de los olivos. Castillejo también invitaba a comer a candidatos a profesor, porque si tenían malos modales en la mesa no servían para educar a niños.
La lejanía del Olivar respecto a la ciudad, pues sólo le unía a ella un tranvía amarillo, en cuyas plataformas se podía a menudo ver a Menéndez Pidal o a Bolívar –Castillejo prefería la bicicleta–, tampoco impedía que en él se oyera la voz de la nueva poesía, aún antes de que Dámaso Alonso se viniera a él. Cuando, en 1925, Alberti, después de obtener el Premio de Literatura por su libro Marinero en tierra, acudió al Olivar para agradecer a Menéndez Pidal el galardón, dio en él una lectura de algunos poemas de “el marinerito” y en esa ocasión vino a conocer a María Teresa León, sobrina de María Goyri, su futura mujer. Más tarde, en los años 30, Alberti, entusiasmado con el guirigay de la poesía tradicional, que Menéndez Pidal coleccionaba entre los materiales de su Romancero, compuso La pájara pinta que, gracias a la afición escénica y pedagógica de Jimena Menéndez Pidal, montaron ambos teatralmente en el Instituto-Escuela.
En los años 30 Menéndez Pidal se interesó también por las posibilidades que abrían a la documentación las técnicas de grabación de sonido y cinematográficas. Creó con Navarro Tomás y Torner, y la colaboración técnica de Columbia University, el “Archivo de la Palabra” y, en la patria chica de Navarro Tomás, en la Mancha, con los fondos recibidos de la “Hispanic Society”, Arturo Ruiz Castillo hizo un impresionante documental “mudo” (que hoy atesora la Filmoteca Nacional) sobre “La recogida del azafrán”, que merecería ser recuperado, con adición de un buen sonido, por Radio Televisión Española.
Desde el Olivar se vieron un día los fuegos artificiales que anunciaban el inicio de la Segunda República; muchos intelectuales se volcaron hacia la política y entraron en el gobierno. Cándido Bolívar fue secretario de la Presidencia bajo Azaña. Llegaba al Olivar el Ministro de Educación, en coche protegido con guardias, para consultar con Castillejo. Pero otros siguieron dando preferencia al trabajo científico retirado, que lentamente labra la conciencia de un pueblo elevando su cultura.
Aquel centenar de españoles que durante 30 años –con la Monarquía constitucional, con el Directorio y la Dictadura, con la República– trabajaron incesantemente en esa gigantesca tarea de colocar a España a la altura de los estados modernos avanzados, fueron demagógicamente tildados por los mediocres y resentidos de derecha e izquierda, de “aristócratas”; y sólo hoy, con la distancia del tiempo, ha podido el conjunto de la sociedad española, en su diversidad política, comprender y admirar el propósito de tales “aristócratas” de enderezar lo torcido y llevar la creación, la investigación y la enseñanza por las vías mejores para el avance de todos y de todo. Pero los demagogos hicieron su obra, como pudo verse al estallar la Guerra Civil, cuando las instituciones creadas por la Junta fueron deshechas.
Notas
* Luis Lozano Rey: Doctor en Ciencias Naturales.Catedrático de Vertebrados de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Madrid.- Jefe de la Sección de Vertebrados del Museo Nacional de Ciencias Naturales.- Asesor técnico de la Dirección General de Pesca.- Profesor agregado del Instituto Español de Oceanografía.- Colaborador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas.- Académico de la Real Academia de Ciencia Exactas, Físicas y Naturales. Autor de importantes publicaciones sobre ictiología, cuatro de ellas premiadas por la Academia.
Nació en Madrid, el 11 de julio de 1879. Electo el 6 de febrero de 1952.Falleció en 1958.
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